Si bien toda poesía intenta posibilitar otros mundos, su máximo reto radica en mostrar al lector el finito misterio absoluto de su vivencia cotidiana. La poesía es aquel secreto revelado ante el lector.
Como aseguró en cierta oportunidad una lúcida compañera poeta, mi poesía es la crónica de un viaje inescrutable donde la gozosa víctima es la poesía misma, quien se acerca a todo, para a su vez victimizarlo con un irrespeto lúdico y místico, una riquísima retórica, estructurada y proyectada en interrogantes que viajan desde la cotidianidad hasta la trascendencia de cada día.
No pretendamos entender la poesía. Dejemos que ella nos libere de nosotros mismos, más allá de nosotros, donde quizás somos más que nosotros.
Tócame. Tú pediste el adiós. Tan lenta e indecisamente me pediste el adiós.
Tócame,
toma esta llave.
¡Y atraviesa mi cuarto insospechado!, ¡porque es hoy mi piel la que busca tu hombro!, ¡la mano frente a lo antes nunca amado! Temor súbitamente de rodillas
¡mordiendo soledad, mordiendo labio!:
¡Tus labios…!
Si el amor no eres tú, ¿quién cumplirá dócilmente tras la muerte?
Tócame.
Yo soy quien se ha equivocado:
He demostrado amarte.
(En: Navaja de luciérnagas,
próximamente edición EUNED 2010)