
¡Tocándote como un muchacho
ebrio de dioses totalmente!
Aspiro tu olor de hombre
recién duchado.
¡Aspiro las flores
invisibles saltando de tus poros!
Si enamorabas con nimbadas
naranjas tus pezones.
¡Si con rosas, con sándalo!
¡Con violetas maceradas y azucenas; tulipanes!
Todo yace en equilibrio
bajo tu bóxer encendido.
Y sacudes el agua
de tu lomo cobrizo.
¡Friccionas tu cuello con esa tu mano
que desde allí me sueña!
Hurgando los rincones
de tu espalda, de tus nalgas.
¡Hurgando delicioso
tus caderas de arcángel vestidas ya de mundo!
Tu pelo, brisa
idéntica a lejanías.
¡Tu cuello convocado a la muerte, luz pausada!
Tus vellos, ráfaga de carne.
¡Tu pene como un río que viniera
desde extintas manos a morir sobre mi espalda!
Llego, ¡y con mi boca abro
sujetándote el candado del aire
entre tus piernas!
Acuclillada tu entrepierna…
¡Acuclillada como un cáliz, una hostia,
a donde llevas, ay, lentamente mi cabeza!
No cometas en mí
el peor de tus silencios.
Somos la vaciedad
tan ciega de esta tarde.
Después de todo, amor,
somos más antiguos que el instante de morir
amándonos.
(En: Navaja de luciérnagas,
próximamente edición EUNED 2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario